Archivo | abril 2010
para ti madre querida…
PARA TI…. MAMITA QUERIDA CUANTA FALTA ME HACES!!
TE EXTRAÑO TANTO……
Tu amor anda conmigo, yo lo conozco, y camina a través de mis sueños, hasta
en la oración entra callado.
Y aunque cierre el relicario de tu recuerdo, tu sonrisa lo abre a cada rato
y me bendices. Así cumples con tus últimas palabras. Pareces el vuelo de un
ángel o el soplio tibio sobre mi vida.
Qué dulce resistencia la tuya para marcharte, Dios tuvo que
forzarte. ¡Y qué débil yo para quedarme! ¡Qué desprotegida con mi dolor y
qué frágil con esta ausencia a cuestas!
Pero ya aprendí ese pequeño milagro cotidiano con el que nos
acompañamos. Ya aprendí a dar un salto hacia el sol en tu busca. Ya
aprendí que la muerte no es aquella muralla de sombra que te llevaba lejos,
sino un muro de cristal a través del cual te miro los ojos y te aprieto a mi
corazón.
Aprendí a contemplarte como lo hacía antes entre las paredes de
mi casa. A no hacerte objeto de mi desgracia, de mi desperación y de mi
rebeldía. No quieres que yo sea barro de los que reniegan, sino arcilla de
los esperanzados, de los que nunca pierden su brasa de amor y de fe.
Aprendí a darte un corazón caliente y una fragancia viva, no ese
llanto amargo que te hacía volver a morir todos los días. Lo que pudo
haberme destruido, es como una enredadera de rosas que nos sigue apretando y
perfumando.
Aprendí que hasta el silencio de la muerte tiene sus grietas de
palabras.
Aprendí que el hielo de la ausencia se derrite con un beso todas
las noches.
Aprendí cómo se quiebra la incomunicación y se abre una nueva
ruta que se van ensanchando hasta Dios.
Aprendí que nada puede cortar ese cordón tibio que nació entre
las dos, en ese último apretón de manos que me diste.
Aprendí que el amor se escabulle, vuela como un pequeño pajarito
y se las arregla para llegar a ti.
Aprendí a ser tu lamparita encendida y tu rosa siempre roja, la
que inclina la corola y alarga el tallo para alcanzarte. Si aquí viviste
para mi amor, estoy segura de que allá mi amor te ocupa toda.
¡Bendita seas!
las rosas de los hijos. Es la perdonadora de todas las fallas de la
familia. Es la sostenedora de todos los dolores del camino. Es la alondra
que desde el alero de su ventana va ayudando a vivir, impulsando a caminar y
enseñando a sufrir.
La madre canta en tu alero, sueña en tu almohada, llora en tus ojos ¡y ama
en tu corazón!
La madre navega en tus olas, muere en tu playa y se esconde en tu cielo.
La madre no aprendió a amarte, ¡te amaba desde antes de nacer!
Por eso el hijo y la madre tienen la misma savia, son de la misma pulpa, se
abonan en la misma tierra y se filtran con la misma luz.
Las madres no sufren con dureza, sino con compasión; no culpan con rencor,
las faltas se le derriten dentro y las cubren con singular delicadeza; no
perdonan a los hijos cuando se lo piden, los perdonan desde su nacimiento.
Y como nacen de ella, les conocen el corazón y el carácter.
El árbol conoce su fruto; el cielo, sus estrellas, y la madre, a sus hijos.
resbalen. Y edifica piedra sobre piedra, tratando que los hijos no se le
derrumben.
El hijo es como el complemento de la madre: si alguno faltara, algo
quedaría trunco.
Cada madre nos recuerda a la Virgen, porque también ella acepta el deber más
vasto y más grande de la vida, sin poner condiciones ni medir sacrificios.
También ella dice: “iUn hijo! Hágase en mí según tu palabra. Aquí está la
esclava de este amor.”
Y se ata gustosa a esa promesa que va a durar toda la vida. Una promesa
dura, llena de deberes, de sorpresas, de incertidumbres y de lágrimas, pero
de la que nunca querrá desistir y de la que nunca querrá separarse,
entregándole todo lo que sabe, todo lo que puede, todo lo que siente y todo
lo que vive.
El hijo es un generador de sentimientos fuertes. La madre es fiera para
defenderlo, algodón para curarlo, sabia para comprenderlo, iluminada para
aconsejarlo, maga para intuirlo y estrella para velar por él.
La semilla de amor se siembra dentro de ellos, por eso el nudo que los ata
es cuestión de raíces. Por eso, cuando un hijo levanta la frente,
distinguimos la semilla que que lo ha ido empujando por debajo. Y si
escarbamos en la tierra que lo vio nacer, muchas veces ese bulbo viene de
lejos.
Hay retoños que no se conciben sin un buen árbol, rosas que no nacen sin un
buen calor, figuras que no se tallan sin un buen molde, ¡y conquistas que no
se consiguen sin una buena madre!
La madre es la que trabaja con el hijo en ese taller secreto donde se pule
la paz. Y lo enseña a caminar, a sufrir, a pensar y a tener fe.
Es la que recibió de Dios un regalo que ella tendrá que regalar después; la
que trabaja para lo que disfrutarán otros; la que nunca obtiene ventaja, ni
pasa cuenta, ni escatima el amor.
Y aunque el hijo crezca y se vaya a volar solo, y quiera vivir su propia
vida, y ame a otra mujer, lo que siente por sus madre no lo siente por
nadie. Lo que lee en sus ojos no lo contiene ningún libro. Lo que reflejan
sus palabras no lo domina ningún idioma. Lo que irradia su corazón no lo
adivina ningún sabio.
Esa cosa dulce, tibia, misteriosa, no hay quien la desentrañe, ni quien la
descifre, ni quien se la iguale.
El amor de la madre es inigualable, inalcanzable, insustituible. Ese puente
interno donde se abrazan tiene una luz que todo lo llena y una emoción que
sólo ellos conocen.
Recuerden que entre el cielo y la tierra está la madre. Y entre la madre de
Dios, siempre está el hijo.
Acérquense a la madre, enciéndanle la vida, perfúmenle el amor, levántenle
un pedestal ¡y ríndanse ante ella!
delante nuestro como un espectro aterrador; inseguridad de cómo vamos a
seguir adelante cuando nos falta el trabajo, los ingresos escasean, y las
necesidades materiales nos sobrepasan. La miseria que crece se pasea
junto a nosotras todos lo días en las calles, gente desesperada, niños
descalzos, y la violencia que ha tomado ocasión en el ser humano para
manifestarse en todo su esplendor.
En muchos hogares, la vivencia de la mujer podría superar lo mencionado.
La situación social del siglo XXI ha provocado que muchos matrimonios
jóvenes no deseen traer hijos al mundo. Otros, sabiendo que han concebido
optan por abortar. En un alto porcentaje se observa la falta de interés al
llevar un embarazo, falta de atención medica. Aún en la apariencia física
de la embarazada se observa la ausencia de respeto por sí misma y por el
ser que llevan dentro, algo que antes era tan precioso y hacia sentir a la
mujer más femenina y “especial”, ha desaparecido.
Nos faltaría el tiempo para mencionar los embarazos adolescentes, el abuso
de la ciencia manipulando inescrupulosamente el tema de la reproducción
humana.
Por eso y mucho más es tan importante recordar el valor que tiene la
concepción humana y el rol de la madre delante de Dios:
“MADRE”Maravilla: significa “Asombro, admiración”.
Salmos 139:13-16:
13“ Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi
madre.
14 Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy
maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.
15 No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en lo oculto fui formado, y
entretejido en lo más profundo de la tierra.
16 Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas
aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas”.
La concepción humana es un acto maravilloso realizado por la mano de Dios
misma. Él nos concedió a nosotras, ser el recipiente donde esta maravilla
se lleve a cabo.
Salmos 127:3 “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima
el fruto del vientre”.
Amor:
El amor es el afecto y compasión nacido en el corazón de Dios. Dios es
amor.
Las que pasamos por la experiencia de la maternidad podemos dar testimonio
que creíamos saber lo que era el amor, pero cuando nacieron nuestros hijos
nos dimos cuenta que esta palabra cobra una dimensión superior.
¿No es llamativo que Dios mismo ilustre Su cuidado, amor, consuelo, y
saciedad para su pueblo, haciendo referencia del correcto proceder de una
madre?
Isaías 66:12-13.
12 ”Porque así dice Jehová: he aquí yo extiendo sobre ella paz como un
río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y
mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis
mimados.
13 Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros…
Dios lo ilustra así, no porque todas las madres sean ejemplo de lo que
brinda el corazón de Dios. Sino más bien porque él nos capacita y espera
de nosotras, sus hijas, que como él nos ama y cuida de nosotras, nosotras
lo hagamos con nuestros hijos.
Y esto nos conduce casi de una manera instintiva a las siguientes
actitudes:
Dedicación:
Toda madre que se precie de serlo, manifestará esto en su relación con su
hijo recién llegado. Transformándose en una actitud constante, en las
distintas etapas de la vida.
“El arte de ser mamá, implica una tarea de tiempo completo”
Aún las mamás que se ven obligadas a trabajar fuera de sus casas, han de
velar por dejar a sus niños atendidos, sin necesidades, limpios, comidos y
al cuidado de alguien que resulte de plena confianza para transformarse en
su reemplazo durante unas horas.
Renuncia:
Una madre que siente la responsabilidad de desarrollar este rol tan
importante, sabe muy bien el significado de esta palabra.
Deja postergada voluntariamente actividades, proyectos personales, muchas
veces una carrera, una ocupación de privilegio, etc. (por lo menos el
tiempo necesario hasta que puede descansar en que su pequeño está lo
suficientemente crecido como para no depender de ella).
Y más allá, si el hijo crecido, está en situación de riesgo de algún tipo,
será la actitud que la madre deba tomar,
porque los hijos están en prioridad ante cualquier otra demanda externa al
hogar.
La mamá, invierte tiempo y energía velando por las necesidades y cuidados
de sus hijos.
Cuando me refiero a necesidades, están implícitas las del cuerpo (atención
física), las del alma (afectivas, apoyo, estímulo, etc.), y también las
espirituales (oración, instrucción, disciplina).
Todo esto acompañado por un fuerte ejemplo de compromiso delante de Dios.
Entrega:
La madre, no solo renuncia a factores personales para dedicarse a favor
del crecimiento de sus hijos, sino que también entrega lo mejor de ella.
Del amor ya hablamos; aquí quiero referirme a la importancia trascendental
de la entrega de valores. Nunca es demasiado temprano, ni demasiado tarde
para esto.
Esa vida que Dios nos concedió por un tiempo y que le pertenece, está a
nuestro cuidado también para que la formemos. Si entendemos y reconocemos
que la vida viene de Dios y el privilegio de tener hijos es algo que Él
nos concedió, entonces no podemos permitir que sean otros quienes tomen
esta responsabilidad.
Mucho menos dejarlos librados al azar, que aprendan por sí mismos. Los
entendidos en educación explican bien que la mayor capacidad de
aprendizaje de un niño se encuentra entre su nacimiento y los cinco
primeros años. Por eso es tan importante el rol de la mamá en la entrega
de conocimiento, valores y principios para la vida (obviamente a la altura
de la madurez del niño), y cuanto más si pensamos en el plano espiritual.
perdurables fuera de los impartidos por Dios mismo a través de su palabra
escrita, La Biblia. Un desafío constante será perseverar en una vida de
congruencia entre lo que somos y enseñamos.
Salmos 127:3 “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima
el fruto del vientre”.
Ante semejante declaración, ¿puede una mujer cristiana, recibir la noticia
de un embarazo como algo fuera de tiempo? ¿puede observar a sus niños
como un estorbo, carga o desgracia?
Meditemos en el valor que cada hijo tiene, y en nuestra actitud frente a
la maternidad.
Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en el camino correcto, y aún en la
vejez no lo abandonará”
Ser madre no implica solamente traer hijos al mundo, sino acompañar esa
vida hasta la madurez, al tiempo de soltarlos de la mano y dejarlos
caminar por la senda que Dios abra para ellos.